PSICOLOGÍA, ZOOLOGÍA, LINGÜÍSTICA

 


El inconsciente no es lo real. Lo inconsciente es el concepto sobre lo inconsciente, es decir, sobre lo real. El inconsciente está organizado como una lengua no, sino como un lenguaje. Es decir, no es un otro ego, ni un otro yo, es un otro lenguaje. De acuerdo a la primera topología, lo consciente sería un lenguaje, lo subconsciente otro lenguaje, y lo inconciente el tercero. La consciencia tiene una deriva clasificatoria y articulada, lo subconsciente lo mismo, y lo inconsciente lo mismo, pero los tres con sus diferencias: lo consciente como la clasificación y articulación consciente, lo subconsciente la clasificación y articulación que reproduce un esquematismo entre la consciencia y lo inconsciente, y lo inconsciente un lenguaje sin consciencia ni subconsciencia alguna. La deriva de clasificación y articulación es al mismo tiempo ordenada y caótica, tal y como el significante amo (huella), tal como el código fuente (amo), y tal y como el código (/). Es decir, el inconsciente es imposible de ser tomado como el saber, lo subconsciente tampoco en absoluto, y la consciencia es una nada. De ahí que si se busca mantener la sanidad real, es imposible tomar el habla inconsciente como la definición precisa y lacaniana del concepto sobre su realidad.

La disyuntiva ojo-mano y oído-boca, es la misma disyuntiva entre escritura y habla, y entre formas basadas en fotones e imágenes acústicas (etapa del espejo). La lengua es la totalidad de las hablas, por lo que el sujeto se escinde, así como se escinde la ontogénesis y la filogénesis, entre el sujeto social, el sujeto como individuo, como persona, y el sujeto social mismo no-durkheimiano, precisamente en el sentido de Lacan frente a Durkheim: colectivo y no general. No hay consciencia general (Simmel como síntesis de Durkheim y Tarde). Si existiera un solo sujeto social unido, existiría Jung, y no Freud. De ahí que retomemos: la lengua es una totalidad imposible de las hablas, y lo que existe es el léxico, el vocabulario y el idiolecto, que no son lo mismo entre sí para nada: son el léxico como el paradigma o sistema de “lengua” (en realidad de lenguas en plural, tal y como tuvo que admitir el Jakobson tardío frente a Barthes), el vocabulario como el nivel analítico del habla (sin corresponderse, ni siquiera estructuralmente; mucho menos correlacionarse –no somos idiotas, excepto la totalidad ya no de los cafés, sino de las computadoras y servidores que aplauden con exhalaciones de aire caliente a través de su propia estupidez-), y el idiolecto que son los elementos fonológicos (sin significado), morfológicos (monemas y morfemas: en resumidas cuentas, afijos, sufijos, prefijos, y palabras, si se quiere ver de un modo bastante alfabetocéntrico y para nada semiótico) estrictamente individuales y personales del sujeto. Por último faltaría el sujeto ya no cartesiano, pero que es hoy reificado por el cartesianismo inverso del cuerpo y del mando al goce, que ellos mismos desean aún como su amo, y al respecto del cual soy un castigo ejemplar: el sujeto del inconsciente, es decir, el sujeto no de los enunciados o, permítanme la vulgaridad y la brutalidad asquerosa de decirlo: los “discursos”, cooptados de Foucault y de Benveniste, cuando significaban el acto corporal mismo de la enunciación, y se han convertido hoy en una cháchara por un lado humanista y de ciencias sociales absorbidas hasta las venas por este cualitatitivismo inservible que analiza cuantitativamente likes y no-likes y los hace pasar como ciencia en los institutos más prestigiosos del país, así como de las ciencias computacionales que absorben como un cáncer a la filistea y supuesta otra mitad de la ciencia, que debe ser siempre, no lo que puede ser, sino lo que se debe, de acuerdo al mando al goce perverso, que son las ciencias pseudo-exactas. Rivalidad ficticia del mismo formalismo metafísico: una metafísica de la forma kantiana, y la otra de la interpretación kantiana también. Ambas, huidas trascendentales (hacia la forma aristotélica, o hacia la semántica).

De ahí que lenguas/léxico, habla/vocabulario y lenguaje y habla individual/indiolecto, sean las formas del sujeto del enunciado. Y por último tengamos el sujeto del estilo, que es de donde proviene el concepto de discurso: no solo del acto de habla anglosajón, sino del estilo de Bally y otros en términos continentales (como ven, se reproduce esta misma rivalidad en un ouroboros regurgitante kantiano de trascendentalismo e irracionalismo). Ahora, analizar la pragmática y la enuncación, no es igual entonces a analizar el inconsciente. Pequeño problema que puede restituir el adlerianismo en el seno del lacanianismo. Pequeño problema que es idéntico a aquel alrededor de la generalización del imaginario, de lo simbólico o de lo real mismo, en vez de la escisión misma entre ontogénesis y filogénesis, en términos empíricos, y no cualitativos (escisión parcial, ya lo dijimos, escisión que termina por confirmarla como escisión, precisamente). El análisis positivo de la enunciación y del sujeto del inconsciente, a través de la pragmática, la proxémica, la kinésica, la paralingüística, los lenguajes no-verbales, etc, no quieren decir tampoco que se devele al sujeto del incosnciente. Significa que son el anverso positivo y fenomenológico, de algo que no tiene positividad ni fenomenalidad; en términos más científicos: que no es descriptivo del todo, pero no por su ausencia etérea, ni por su mistificación abstracta y como nebulosa, sino por ser maciza y real como el objeto a y das ding. Esto fragmenta el objeto lacaniano entre objeto, objeto a y das ding, que es básicamente lo mismo que dice Lacan, a la hora de escindir el signo en significante y significado. El significante es el objeto a, y el signo es la investidura que rodea al objeto a y lo vuelve accesible a las disciplinas de la enunciación y la pragmática. Esto quiere decir, que si la pragmática, el estilo, la paralingüística, la proxémica, etc, son consideradas disciplinas científicas reales por derecho propio de facto y de jure, entonces el análisis formal del psicoanálisis debe tener el mismo estatuto, si se trata de una interpretación también no basada en los enunciados “discursivos” (disculpen la vulgaridad de nuevo), sino en otras características formales que van más allá o más acá de la identidad (me refiero a la conducta, y me refiero a la psicología social vista no como generalidad, sino como colectividad, en tiempos ontogenéticos y filogenéticos desiguales).

De este modo, vislumbro que esta es una salida en ciernes para el problema del análisis del discurso, en este sentido bastardizado del discurso. El estilo lacaniano no es más que la búsqueda del atravesamiento trasnsversal de la expresión psicológica, subjetiva y estética, a lo largo y ancho no solo del habla verbal, sino de los léxicos-paradigmas, los vocabularios, los idiolectos, y el sujeto corpóreo mismo como acción o trabajo (Kristeva) de enunciación. Esta es la relación que sintetiza la paradoja antropológica entre la mano-escritura y oído-habla. Es decir, la visión y la ubicación espacial estereoscópica en el sentido de la óptica geométrica. Recordemos que el ciego se ubica espacial y sonoramente. Recordemos que el sordo necesidad aprender su propio equilibrio. Es una óptica geométrica no solo de la vista, sino del oído mismo como imágenes. Es la misma disyuntiva paradójica de la antropología acerca de si es primero el pictograma manual, o el habla oral, que en términos de Peirce y sistematizados como nadie por Lacan, no tiene sentido alguno más que como una dialéctica y una paradoja que sintetiza ambas opciones. ¿Porqué? Por que la naturelaza, tal y como la geología en Derrida, es una escritura. La semiótica abre el campo de la escritura hacia todos los símbolos. Los animales no pueden desmenuzar nuestros signos como especie, como el perro de Lacan, pero tienen sus propios signos que nosotros a su vez tampoco podemos desmenuzar. Estos índices, que son al mismo tiempo símbolos ya no en Peirce solamente, sino en la crítica de Benveniste a Saussure, y especialmente en el propio Lacan, hablan de una semiótica natural como solo la conoce ya corriente y mundanamente, sin ningún aspaviento ni grandilocuencia, la propia etología, que sirve también de justifiación para el análisis del sujeto no-enunciado sino de enunciación (y por lo tanto inconsciente), solo que ya no desde la lingüística ni la psicología cognitiva, sino desde la zoología.  Otro punto de unión más como aquellos que advertíamos y suplicábamos por realizarse, que además de darle validez a la psicología, y a la integración dentro de la cognitiva incluso de laboratorio y de tests de grupos A y B, de conceptos y realidades freudianas, también sirva como antecedente de una nueva tendencia que unifique en lugar de separar lo nomotético y lo logográfico, y permita tanto la sistematización psicológica de los conceptos del lenguaje y la lingüística como aporte a la psicología lacaniana  y la psicología general, sino también viceversa: los aportes de la existencia de la pragmática y todas sus ramas ya no de enunciados, sino de enunciación, para el fundamento empírico y recíproco de esa psicología.

 

Comentarios

Entradas populares